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1 de marzo de 2013

Besapie a Nuestro Padre Jesús Nazareno

Tradicional y Devoto Besapie
Viernes, 1 de marzo de 2013
 




 
Fotografías de Eloy Cintado Becerra

24 de febrero de 2013

Pregón Cofradiero

Pregón Cofradiero a cargo de
 
D. Antonio Melgar Viñas
 
Sábado, 23 de febrero de 2013
 
 
 

 
 

 
 
 
Ayer tenía lugar en la Parroquia de San Juan de Letrán, el XII Pregón de Hermandad a cargo de Antonio Melgar Viñas. El acto comenzaba con las palabras de bienvenida del Hermano Mayor, Antonio Gavira Rosado quien ha agradecido la asistencia de todos y en especial a Antonio resaltando su trayectoria cofrade, su entrega y vinculación con la Cofradía.
 
“¡Que suerte la nuestra! Y que honor el mío,
de poder presentar a la persona que va a proclamar
a los cuatro vientos el XII Pregón Jesuista de Nuestra Semana Santa.
Presentar a quien siempre tiene presente sus raíces,
A quien siempre da testimonio valiente de sus creencias,
A quien siempre da ejemplo de humildad y sencillez,
A un Jesuista con Solera,
no solo es un placer, es,  un privilegio.”
 
Sin duda ha sido un pregón cargado de sentimientos donde Antonio se ha emocionado al dedicar el pregón a su esposa.

Antonio ha descrito con poesía, sentimiento y fe las dos estaciones de penitencia del Jueves Santo con el magnífico acompañamiento musical a cargo de la Banda Municipal de Música Maestro Paco Tenorio y del Coro de la Hermandad.
 
Finalmente y tras un fuerte y prolongado aplauso, el Hermano Mayor le dedicó unas palabras de agradecimiento y le hizo entrega de un cuadro bordado donde se recogen unas bellas palabras  y un cuadro con la imagen de Nuestro Sagrado Titular para Ana Isabel Jiménez Pérez, su esposa.
 
“Desde aquí, en nombre de la Junta de Gobierno y en el mío propio como Hermano Mayor, te doy las gracias  por este maravilloso Pregón, por hacernos participes a todos, de este, tu momento que sin duda alguna nos ha transportado a todos a los sentimientos mas íntimos que tenemos de nuestras experiencias como Jesuista y devotos de Padre Jesús.  Ha sido un pregón  lleno de vivencias y recuerdos,  en el cual has conjugado tu gran Devoción hacia nuestro Sagrado Titular con y el buen hacer a través de tu vida con un  deleite de recuerdos y emociones maravillosas.”

22 de febrero de 2013

Solemne Novena

Solemne Novena en honor a Nuestro Sagrado Titular
Del 22 de febrero al 2 de marzo de 2013
 
 
Fotografía de Angel Melgar Durán
 
 
Fotografía de Eloy Cintado Becerra
 

20 de febrero de 2013

18 de febrero de 2013

Mensaje del Papa para la CUARESMA 2013

MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2013.

«Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él»  (1 Jn 4, 16)

Queridos hermanos y hermanas:

La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la Fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás.

1. La fe como respuesta al amor de Dios

En mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» {1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un "mandamiento'', sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» [Deus cantas est, 1). La fe constituye la adhesión personal –que incluye todas nuestras facultades– a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor.

Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por "concluido" y completado» {ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a).

El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor –«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14) –, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.

«La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz -en el fondo la única- que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7).

2. La caridad como vida en la fe

Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido.

Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).

Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad.

Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12).

La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17).

En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30).

3. El lazo indisoluble entre fe y caridad

A la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica».

Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista.

La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios.

En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Le 10,38-42).

La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria.

En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana.

Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Cantas en veritate, 8).

En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto –indispensable– con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás.

A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de San Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10).

Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad.

Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente.

La Cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna.

4. Prioridad de la fe, primado de la caridad

Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf. 1 Co 13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12,3) y «¡Maranatha!» (1 Co 16,22; Ap 22,20).

La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud.

Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5).

La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano.

Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela germina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co 13,13).

Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de Cuaresma, durante el cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor.


BENEDICTUS PP. XVI

23 de diciembre de 2012

! FELIZ NAVIDAD !


Mensaje de Navidad del Sr. Obispo de Málaga


En la Navidad celebramos la venida al mundo de Jesús, el Hijo de Dios; el Verbo eterno entra en la historia humana, haciéndose hombre. Desde entonces todo hombre, de cualquier época y condición, puede encontrarse personalmente con el Dios hecho hombre. 

En el Prólogo del Evangelio de san Juan leemos: “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). 

Quienes aceptan esta Palabra con un corazón sincero se abren a la presencia de Dios, que es Amor. La Palabra se ha encarnado en la historia en un Niño, nacido en un pesebre a las afueras de Belén. Lo más grande y hermoso se manifiesta de manera pobre y sencilla. 

Dios ama al hombre, a quien ha creado a su imagen y semejanza (Gn 1, 27), y lo salva de la muerte, que sufre a causa de su pecado. El Hijo de Dios se ha rebajado hasta nosotros, para ofrecernos su gloria y su vida.

El Niño Jesús, nacido en Belén, es un canto a la vida; un canto al amor, porque es el amor de Dios hecho hombre, que habla a los hombres, que entrega su vida por amor, para devolverle al hombre su verdadera imagen. Dios ha querido hacerse hombre y compartir nuestra condición humana, para ofrecernos su vida divina. Éste es el gran misterio de la Navidad; por eso hacemos fiesta. 

Pero esta verdad es creíble solo desde la fe cristiana. Hay una parte de nuestra sociedad que no acepta este acontecimiento histórico; y existe una profunda crisis de fe, que afecta a muchas personas. 

Benedicto XVI, en un discurso a la Curia romana (2011) hizo una constatación muy realista sobre esta crisis de fe, tan evidente en Occidente, donde crece el escepticismo y la incredulidad. 

La próxima Navidad está enmarcada en el Año de la fe, que el papa Benedicto XVI ha querido ofrecer a toda la Iglesia. En su carta nos recuerda “la exigencia de redescubrir el camino de la fe, para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo” (Porta fidei, 2). 

La Navidad es una ocasión propicia, para profundizar en el conocimiento del camino de acceso, que Cristo ha abierto a la humanidad para encontrarse con Dios. 

Invito a todas las familias a vivir esta Navidad con un corazón agradecido. Conviene que hagamos sencillos gestos, que expresen nuestra fe: celebrar la Navidad en familia, poner el belén en casa, con la mula y el buey, encender una luz en el balcón, compartir con los más necesitados.

¡Feliz Navidad a todos!

+ Jesús, Obispo de Málaga

17 de diciembre de 2012

Feliz y gozoso tiempo de Adviento

Carta de Adviento en el Año de la fe, de Francisco Aranda, delegado diocesano de Hermandades y Cofradías
No podemos detener el tiempo, una vez más nos acercamos al inicio de un nuevo año litúrgico. El Adviento es puerta por la que entrar a la celebración de los misterios cristianos, que nos dan y fortalecen la esperanza, nos sostienen en el camino de la vida y nos ofrecen la razón permanente por la que vivir con alegría y con paz.
Este año acogemos la llamada que nos hace el Papa Benedicto XVI a reavivar nuestra fe, en un redescubrimiento gozoso del don recibido. Gracias a él creemos que “el Padre, en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación”. Esta verdad es la razón para vivir el tiempo precioso de preparación orante antes de Navidad, fiesta en la que conmemoramos que Jesucristo nació de Santa María Virgen.
Como sucede en el periodo de gestación de una vida humana, cuando los que la aman cuentan los días que faltan hasta el deseado alumbramiento, la Iglesia nos invita especialmente a reconocer el supremo papel de María en el misterio de la salvación, a amarla filialmente y a imitar su fe y virtud. Ella, la mujer escogida para ser Madre de Dios, es la mejor compañera en el camino de Adviento. Ella, por dar fe a las palabras del ángel, concibió en su seno al Hijo de Dios.
El Papa, en su carta Porta Fidei, une la fe con la fecundidad, con la esperanza y con la Palabra. “La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos” (PF 7). Sin duda que son los parámetros más acertados para el tiempo de Adviento, que debieran concretar nuestro proyecto como personas creyentes, que alimentan su fe y su esperanza con las Sagradas Escrituras.
Tenemos ante nosotros la posibilidad de convertirnos en testigos de esperanza. En unos momentos tan recios como los actuales, todos los cristianos podemos comenzar la misión de tú a tú, para impregnar nuestra sociedad del gozo de haber sido redimidos, salvados, amados por Jesús. Él es el Salvador, a quien esperamos litúrgicamente en Adviento, a quien podemos recibir cada día en los acontecimientos personales y en la vida sacramental, mientras aguardamos su venida gloriosa. ¿Qué gesto, presencia, actitud percibes en tu interior como llamada concreta y personal para convertirte en testigo de esperanza?

¡Feliz y gozoso tiempo de Adviento!

13 de abril de 2012

FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN


MENSAJE DEL OBISPO, MONS. JESÚS CATALÁ

CON MOTIVO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN

(Málaga, 8 abril 2012)

Cristo ha resucitado y nos ha devuelto a la verdadera vida. Sigamos la exhortación de san Pablo: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios» (Col 3, 1). No nos conformemos ya con los bienes de este mundo, pues estamos llamados a vivir algo mucho mejor y más hermoso. Con Cristo hemos resucitado también nosotros y hemos sido divinizados. Gocemos y alegrémonos, viviendo como verdaderos hijos de Dios, santos e irreprochables. La Luz de Cristo Resucitado ilumina nuestro corazón y nos permite vivir una vida nueva ¡Dejémonos iluminar por la luz de Jesucristo, apartándonos del pecado, que nos envilece!

El Resucitado nos concede ser levadura nueva, que fermenta toda la masa de la sociedad y la transforma desde el amor, la esperanza y la fe cristiana. ¡La alegría y la paz del Resucitado llenen vuestro corazón! Hago mío el saludo que el Señor daba a sus discípulos: “La Paz esté con vosotros”. Y que esa misma Paz de Dios se extienda a todos los corazones, a todos los hogares y a todas las naciones.

¡Feliz Pascua de Resurrección!



+ Jesús, Obispo de Málaga

28 de marzo de 2012

PREGON JESUISTA 2012

El pasado viernes  9 de marzo de 2012 ha tenido lugar en la Parroquia de San Juan de Letrán  el Pregón Jesuista  que ha sido pronunciado por  ROSARIO MELGAR DURÁN. Una cita obligada en Cuaresma, preludio de la Semana Santa que  ha reunido a un numeroso público,  entre miembros y representantes de las distintas Hermandades, el Rvdo. Párroco Francisco Baquero Vargas, familiares, amigos y cofrades, así como autoridades civiles y militares, entre las que se encontraban el Alcalde, Melchor Conde Marín y la Concejala Delegada de Cultura, Educación y Tradiciones Populares, Isabel Conde Marín , quienes han querido acompañar a la pregonera de este año.
El acto comenzaba a las 20:00 horas, con el acompañamiento de la Banda Municipal de Arriate que deleito a los presentes con la interpretación de varias de sus marchas clásicas. Todos los asistentes pudieron disfrutar de un emotivo Pregón cargado de sentimientos y de vivencias.












1 de marzo de 2012

21 de febrero de 2012

CUARESMA 2012

MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2012.
«Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb. 10, 24)

Queridos hermanos y hermanas

La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.

Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24). Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.

1. “Fijémonos”: la responsabilidad para con el hermano.

El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como invitación a «fijarse en Jesús» (cf. 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66).

La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos parábolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32), y en la del rico epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (cf. Lc 16,19). En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza.

El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te amará. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y crecerá su doctrina» (Pr 9,8ss). Cristo mismo nos manda reprender al hermano que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El verbo usado para definir la corrección fraterna —elenchein—es el mismo que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una generación que se entrega al mal (cf. Ef 5,11). La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8). Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.

2. “Los unos en los otros”: el don de la reciprocidad.

Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana.

Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican. «Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1 Co 12,25), afirma san Pablo, porque formamos un solo cuerpo. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atención a los demás en la reciprocidad es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).

3. “Para estímulo de la caridad y las buenas obras”: caminar juntos en la santidad.

Esta expresión de la Carta a los Hebreos (10, 24) nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (cf. 1 Co 12,31-13,13). La atención recíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.

Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación, siempre actual, de aspirar a un «alto grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al reconocer y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10).

Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una santa y fecunda Cuaresma, os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.

Vaticano, 3 de noviembre de 2011


BENEDICTUS PP. XVI

20 de diciembre de 2011

ES NAVIDAD


Diciembre y el Adviento son el anuncio de la venida de Cristo a la tierra. Son unos momentos entrañables, la Navidad el ver a Dios hecho niño, los belenes y las luces en la ciudades, nos llenan el alma de alegría, muchas veces pasajera. Los mensajes de paz y los deseos de un nuevo año mejor dan una ternura especial a estas fechas.
Pero los cristianos, no podemos separar esta alegría, esta dulzura de turrones y mantecados de la misión que trae este niño Dios; y la misión es volver a sellar una alianza con Dios, una alianza de amor sobre todas las cosas, una alianza que será más fuerte que la muerte y cuyo destino es la Resurrección y la Vida Eterna.
Este nacimiento de Dios entre nosotros, tiene una nueva lectura desde el prisma de la Resurrección que nos hace, no quedarnos en la dulzura de un niño recién nacido, en la ternura de un ser humano cuya necesidad nos conmueve, cuya inocencia nos interpela, cuya serenidad llama a nuestra bondad. No es eso lo que celebramos, celebramos que Dios se apiada de nuestra condición de pecadores, de nuestro vagar sin norte y nos manda la única vía que lleva a la Salvación.
Ese niño, es quién nos mostrará que Dios es nuestro Padre, ese niño será quien nos enseñará que nuestro Padre nos ama con amor infinito, ese niño es aquél que obedecerá al Padre como nadie lo había hecho hasta entonces, y nos demostrará ese amor entregando su vida por nosotros.
Y en esa entrega total del Amor por amor, el Padre redimirá a toda la humanidad y la resurrección será la prueba irrefutable de la complacencia del Padre en su Hijo Amado.
Ese niño que hoy admiramos en el pesebre, es el mismo que está sentado a la derecha del Padre, es el mismo que pasea por nuestras calles el Jueves Santo y que por su muerte y resurrección nos ha ganado nuestro perdón. Así cuando veamos un nacimiento no nos quedemos en la ternura, sino vayamos a recorrer ese camino de Amor que comenzó una nochebuena, la primera nochebuena en aquella localidad de Belén.
Y ese niño hoy lo podemos encontrar hecho pan en el Sagrario, acostumbrémonos a visitarlo allí también. Y ese niño lo podemos encontrar en los pobres y los enfermos, no estaría de más visitarlo también allí, no nos quedemos en la ternura y la alegría pasajera, sino vayamos a la verdadera Alegría que vive con nosotros todo el año.
Feliz Navidad

12 de diciembre de 2011

DECÁLOGO DE ADVIENTO





    DECÁLOGO DE ADVIENTO



1. Vive con esperanza. Sueña con ese haz misterioso que, con el rostro de un Niño, unirá el cielo con la tierra.
2. Sal al encuentro, y no vivas de espaldas, de aquellas situaciones que tienes sin resolver. Rebaja las dosis de tu egoísmo personal.
3. Piensa qué caminos son los que, Dios, no escogerá para entrar dentro de ti. Algunos de ellos no contienen sinceridad, verdad o afán de superación.
4. Agárrate un poco más a la oración. Ella te dará la sensibilidad necesaria para prepararte a la llegada de Aquel que viene con un objetivo: nacer en ti.
5. Trabaja por hacer un “belén” allá donde te encuentras. Dios nace en cada hombre que ilumina su entorno con la luz de la justicia, la bondad y el perdón.
6. Participa en la eucaristía dominical y, si puedes, hazte también presente en ella diariamente. Culminarás el adviento con la sensación de que los profetas y María, te han guiado como nunca, al encuentro de Cristo que viene.
7. Descubre que, en lo pequeño, es por donde Dios entra más fácilmente y donde mejor se le puede ver. Un detalle vale mucho y, a veces, cuesta poco.
8. Aleja, si es que todavía lo recuerdas, todo aquello que en las pasadas navidades diste como bueno pero que no te aportó felicidad, espíritu de fe, ni equilibrio interior.
9. Renueva tu deseo de recibir a Cristo. No dejes que te roben el espíritu de la Navidad. Con la escucha de su Palabra, y su posterior reflexión, te harás fuerte ante esos embistes.
10. Limpia, no solamente las figuras del belén, sino además el gran pesebre de tu corazón. Dios, para nacer, dormir con paz y con calma, prefiere tu vida interior reluciente, serena, convertida y nítida.
 

FELIZ ADVIENTO 2011


ADVIENTO

El Adviento es estar atentos al Señor que viene. No es simplemente un momento del Año Litúrgico. ¡Es un tiempo de esperanza! “¡Estar despiertos y vigilantes!” No es una amenaza. Es una Exhortación. Es una actitud que abarca e ilumina toda la vida del cristiano. Es un mirar a Jesús que vino en la historia para enseñarnos a vivir humana y divinamente. Que viene en cada pobre y necesitado y vendrá al final de los tiempos como Él nos prometió. Cada uno sabe cuáles son sus “excesos”. Ya es hora de “despertarnos” de nuestra apatía, nuestra indolencia, y es preciso luchar con más decisión y arranquemos de raíz todo aquello que puede desagradar al Señor que viene. Año tras año, al llegar el Adviento, oímos que es un tiempo de cambio y preparación. Pero, ¿cambia “algo” en nuestra vida? Este el desafío de quienes “pretendemos” preparar el camino del Señor: Cambiar el corazón, cambiar nuestra mentalidad. Esta actitud se llama, en el lenguaje religioso: conversión. El camino del cristiano será imitar a Jesús viendo todo lo que podemos hacer para que los desalentados y oprimidos reciban una nueva esperanza… comenzando por nosotros mismos. La esperanza y la alegría de un Dios que no se cansa de decirnos: ¡Sean fuertes, no teman! “Yo mismo vengo a salvarlos”. Lejos de ceder a la tristeza y al pesimismo, alégrate siempre en el Señor, porque Jesús viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Algunas veces pareciera que, tanto escuchar y repetir que Jesús es Dios hecho hombre, nos hemos acostumbrado a las palabras y no le tomamos el peso de lo que ellas significan. Preparemos todo nuestro ser para celebrar este GRAN MISTERIO: Dios que se hace hombre semejante a nosotros, menos en el pecado. En este camino al encuentro del Señor, es una excelente ocasión para mostrarle a Jesús que estamos vigilantes, atentos, activos… y con el corazón ocupado en amar a todos, especialmente a los más necesitados. Dile, SÍ, al Señor que ya llega para que nos purifique y nos haga vivir la auténtica alegría de la Navidad.